domingo, 12 de noviembre de 2017

Cambio de etapa

Llevaba ya unos meses dando vueltas a la idea de que este blog ya no me representa. Como cualquiera que haya leído las últimas entradas puede notar, mi vida no se parece ahora en nada a la que tenía cuando empecé a escribir aquí. Por aquel entonces tenía 16 años y he ido cambiando progresivamente hasta convertirme en quien soy ahora mismo. Por eso para mí ya no tenía sentido continuar escribiendo desde la nube de un duende que ya no soy yo.

A partir de ahora comienza una nueva etapa, la de la Luz Infravioleta.


Logo realizado por Irene Malok

martes, 26 de septiembre de 2017

No soy suficiente

Me gustaría ser una persona fuerte, de esas que tienen las cosas muy claras y no se ven afectadas por lo que piensan los demás. Me gustaría ser una persona madura, de esas que son capaces de gestionar sus sentimientos y relaciones personales de una forma sana. Me gustaría ser una persona valiente, de esas que no tienen miedo de vivir según sus convicciones aunque se alejen de lo marcado por la sociedad. Y, como me gustaría ser una persona fuerte, madura y valiente, suelo fingir que lo soy y, a veces, incluso yo misma me lo creo.

Pero lo cierto es que la realidad es muy distinta. Soy tremendamente insegura.

Me encantan las personas que son como yo quiero ser. Las admiro, las envidio. Y cuando alguien así quiere tenerme en su vida me siento tremendamente afortunada. Cada segundo con ellos es enriquecedor y lo disfruto enormemente. Siento que crezco como persona escuchando atentamente sus opiniones y puntos de vista. Pero a la vez siento que están a años luz de mí, que en comparación no soy ni fuerte ni madura ni valiente.

"Se acabará cansando de mí". Ese pensamiento me machaca la cabeza en cuanto me descuido. Si yo soy tan infantil y él es tan adulto. Si él tiene las cosas tan claras y yo ni siquiera sé hacia dónde estoy yendo. Si yo sé que por mucho que admire y comparta sus ideales jamás tendría la valentía para tomar las decisiones que él toma. Si yo soy pura inseguridad y él es como una roca firme.

Odio sentirme inferior. Sobre todo porque él no hace nada para que yo me sienta así. Pero siempre pienso que no soy suficiente. No soy lo suficientemente fuerte. No soy lo suficientemente madura. No soy lo suficientemente valiente. Y aunque finja serlo y a veces hasta me lo crea, la verdad es que no engaño a nadie.

viernes, 28 de julio de 2017

Más

Quiero más. Sonará a niña caprichosa pero es la pura verdad. Me sabe a poco lo que tenemos, a muy poco. Pero no creo que tenga derecho a pedir más, ya me parece demasiado lo que haces. No sé si sabes cuánto te agradezco los gestos y los detalles. No creo que te haya dicho lo mucho que valoro haberte visto más en 3 meses que a otros en 6 años, lo fácil que haces que parezca algo que llevaba años pensando que estaba lleno de complicaciones.
Y si es tan sencillo de decir... ¿por qué no me atrevo a decírtelo? Porque no quiero que lo malinterpretes. Y es que decir "quiero más" puede sonar a que quiero algo diferente y no es cierto. No quiero que pienses que es a eso a lo que me refiero porque nada más lejos de la realidad. Yo solo quiero exactamente lo que tenemos... pero más.

miércoles, 7 de junio de 2017

El texto

Escribiendo un texto para el fanzine que se va a editar este año dentro del proyecto de La Nave del Teatro Calderón, recordé el que salió publicado en el del año pasado. Fue un texto que escribí justo después de ver Otelo y de que nos dijeran que el tema sobre el que íbamos a hablar era la violencia de género y el machismo. Esto me salió del alma y levantó algunas heridas aunque mi intención era solamente desahogarme.
El texto que finalmente salió en el fanzine no está completo, es una adaptación que me gusta mucho aunque no es tan duro como el original. Hubo gente que lo leyó en su día y le pareció muy intenso. Hoy quiero dejar aquí tanto la versión del fanzine como el texto original para que todo el que quiera pueda leerlo.



No quieres. No te apetece. Llevas un tiempo sin tener ganas aunque no sabes por qué. Él sí tiene y notas el reproche en su mirada cada vez que te niegas. Estás en tu derecho y él lo sabe, lo acepta. Lo acepta pero le jode tu negativa y tú lo notas y te sientes fatal. Porque le quieres. De verdad le quieres y te parece que no se lo demuestras. En realidad sí lo haces. Le apoyas, le ayudas... El sexo no es lo único que importa. Y aún así sientes que algo falla dentro de ti y te duele decirle que no te apetece. Y te duele ver cómo intenta comprenderlo y no lo logra.
Hoy tampoco tienes ganas. Os habéis quedado solos y él espera que por fin digas que sí. Y tú accedes sin saber muy bien por qué. Quizá tienes miedo a que tus constantes negativas le hagan hartarse de ti, aunque sepas que es un miedo irracional porque él te quiere más allá de todo eso. Puede que inconscientemente creas que tiene derecho a un sí por todo lo que hace por ti. El caso es que esta vez no le paras y notas que se alegra por ello.
Besos, caricias, ropa que cae al suelo entre la dulzura y el ansia. Tu cuerpo reacciona y hasta agradeces haber accedido. Te gusta cómo te hace sentir y sonries ante el estallido de placer que te produce llegar. Llegar la primera, como siempre.
Y ahí todo se tuerce porque él tarda en terminar y tú estás deseando que lo haga. Te pide ponerte de otra forma, de una que no te gusta demasiado pero sabes que a él sí y accedes porque así acabará antes. Quieres que termine, no te gusta estar así, incluso te duele ligeramente. Deseas con toda tu alma decirle que pare... pero no lo haces porque algo dentro de ti te dice que tiene derecho. Tú que al principio no querías has disfrutado y ahora es su turno te guste o no. Sabes que si se lo pidieses pararía pero no te parece justo así que simplemente esperas que acabe cuanto antes.
Cuando por fin lo hace notas lágrimas en los ojos y agradeces que no pueda verlas. "Te quiero" susurra. "Y yo a ti". Y es verdad que le quieres por debajo de tus lágrimas. Te escabulles rápido al baño con una excusa y allí te miras en el espejo. Sola. Desnuda. Frágil. Avergonzada. Con las mejillas empapadas. Víctima de ti misma. Porque si en ningún momento has dicho NO, no sabes si es una violación consentida o una autoviolación.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Érase una vez una chica

Érase una vez una chica que tenía muy claro lo que quería hacer. Llevaba años soñando con ello y dedicando su tiempo libre a mejorar cada vez más. Si podía estar en cuatro cursos diferentes a la vez, mejor que en tres. Siempre con ganas de aprender, de mejorar, de sentirse reconocida por lo que hacía. Y siempre con la meta de estudiar aquello que la apasionaba y poder dedicarse a ello profesionalmente.
Pero esta chica tenía un problema: un enorme complejo de inferioridad. No importaba lo mucho que progresase porque siempre había alguien que la hacía sentir mala en comparación. Y cuando estaba a punto de llegar a su objetivo, cuando apenas faltaban unos meses para intentar entrar en esas escuela con la que tanto había soñado... se acobardó. Pensó que no era lo suficientemente buena, que ni siquiera valía la pena intentarlo. Pensó que era un mundo demasiado duro y que no lo soportaría. Y tiró la toalla.
Buscó a qué agarrarse y finalmente encontró algo que se le daba bien y que estaba relacionado. Pero no la llenaba y cada curso que avanzaba estaba más desmotivada. No sabía qué hacer después. Ninguna opción era lo suficientemente buena. Se aferraba a sueños ajenos, como si los suyos no fueran importantes, como si pudiera ser feliz simplemente logrando que lo fuera otra persona.
Y un día decidió que no podía seguir así. Que estaba perdida, que necesitaba encontrarse a sí misma. Decidió descubrir quién era y qué quería ella. Y empezó a cambiar todo aquello de su vida que la estaba lastrando. Soltó todos los pesos que ella misma había decidido sujetar pero con los que ya no estaba dispuesta a cargar.
Y, finalmente, tras un proceso de cambio, de redescubrimiento de sí misma y de reencuentro con aquello que siempre había amado, decidió volver a su camino original.
Esta historia aún no ha acabado. De hecho acaba de empezar. Y la chica nunca se había sentido tan en paz consigo misma.

viernes, 21 de abril de 2017

Cambios

"No cambies nunca". Es esa frase que te decían de pequeño al terminar un campamento de verano. La cantidad de veces que una de esas personas con las que había estado conviviendo durante diez días me firmaba en una libreta con esa frase. Y me parecía maravillosa. Seguramente yo también la utilicé muchas veces. Y es que parece algo bueno ¿no? Si conoces a alguien que te parece que merece la pena, pues que no cambie. Ahora lo pienso y desearle eso a alguien me parece horrible.

Alguien que no cambia se queda estancado, no crece, no aprende de lo que le ha sucedido. Y puedo decir que no hay nada más gratificante que mirar hacia atrás y ver cuantísimo has cambiado a mejor.

A veces cambias sin querer hacerlo. A mí me aterraban los cambios y, sin embargo, yo misma empecé a cambiar. Me di cuenta de que ya no me interesaban las mismas cosas, que prefería pasar mi tiempo de otra manera. Me di cuenta de que estaba totalmente perdida y de que, por miedo al cambio, no estaba haciendo nada para encontrarme. Y es triste darte cuenta de que las personas de tu alrededor han cambiado a la vez que tú... pero que no todos habéis ido en la misma dirección. A veces cambiar significa darte cuenta de que no todas las personas de tu entorno encajan en tu vida.

He cambiado muchísimo en los últimos meses. Cualquiera que me conozca sabrá que es así. Y algunos de esos cambios han sido a propósito. Yo he tomado las decisiones que me han llevado a este punto de mi vida. Me daba miedo cambiar, eso he de admitirlo. Me daba miedo no tomar la decisión adecuada y tirar por la borda todo aquello por lo que llevaba tanto tiempo luchando para nada. Pero a día de hoy no puedo alegrarme más de haber dado ese paso.

He crecido como persona. He empezado a atreverme a muchas cosas que me apetecían pero me daban miedo. He retomado algunas de las cosas que más feliz me hacían y que había dejado de lado. He reflexionado sobre muchísimos temas y cambiado mis ideas sobre algunos muy importantes. He disfrutado de todo lo que he podido al máximo. He decidido que, mientras tenga tiempo y dinero, me voy a apuntar a todo lo que me apetezca. He conocido a muchísima gente maravillosa. He decidido qué camino quiero seguir. Y nada de esto habría sido así si no hubiera decidido cambiar.

No solo he cambiado a nivel psicológico, también físico. Hace ya unos meses que me di cuenta de que había empezado a vestir de manera diferente. No fue algo planeado pero es totalmente cierto. Y hacer limpieza de armario y quedarte solo con aquello con lo que te identificas ahora mismo es un gran ejercicio. Y, por supuesto, yo misma he decidido llevar a cabo otra serie de cambios exteriores. Teñirme y después cortarme el pelo ha sido la gran ruptura. Llevaba años peinándome siempre igual y necesitaba expresar de manera física todo el cambio interior que estoy viviendo.

Me quedan un par de cosas que quiero hacer para terminar este cambio, para adaptar mi apariencia a cómo me siento. Espero poder llevarlas a cabo en las próximas semanas. Puede parecer una estupidez pero para mí es el acto que pone fin a una época.

No quiero confundir a nadie. No ha sido una época mala ni mucho menos. Soy de los que opinan que somos como somos por todo lo que hemos vivido y yo he aprendido muchísimo en estos años. Las personas con las que he compartido esta etapa que estoy terminando de quemar me han hecho feliz durante mucho tiempo y se lo agradezco en el alma. No huyo de algo oscuro hacia la luz como puede parecer. Solamente cambio algo que ya no me llenaba por otra cosa que me hace sentir plena de nuevo.

No tengáis miedo al cambio porque no es malo. Siempre puede ser a mejor, eso depende en gran medida de uno mismo. Y si notas que lo necesitas, da el paso.

Supongo que si ahora firmase en el cuaderno de alguien, le diría algo tal que así:
"Cambia siempre a mejor, pero no tengas miedo de hacerlo".

miércoles, 22 de febrero de 2017

Luces apagadas

Apenas podía creérselo pero realmente estaba ahí. Después de tanto tiempo deseándolo, finalmente era capaz de sentir el tacto de su piel, el calor que desprendía su cuerpo, el ritmo acelerado de su pulso que comenzaba poco a poco a descender y su pesada respiración, que poco a poco iba volviendo a la normalidad.
Con la cabeza apoyada en su pecho, respiró profundamente y, cerrando los ojos, disfrutó por un momento de ese contacto. Notó cómo un brazo rodeaba sus hombros con dulzura. Los dedos de la mano izquierda se hundieron cuidadosamente entre sus rizos violetas.
Sonriendo, abrió los ojos y levantó ligeramente la cabeza. Sus miradas se encontraron de nuevo. Aún le costaba hacerse a la idea de que sus ojos no eran cómo los recordaba. Verlos tras todo ese tiempo había sido conocerlos realmente por primera vez. Resultaba curioso cómo un detalle tan pequeño había tenido tanta importancia. Recordaba la sensación de vacío cuando le confesó la realidad. Y también recordaba haber deseado saberlo desde mucho antes. Nunca había necesitado fingir nada para resultar especial. Al menos no con ella. Para ella había sido especial desde el primer momento, y lo habría sido también mostrándose tal y como era. Años después, en su segundo encuentro, por fin se había mostrado así. Y a ella le había encantado.
Él sonrió con dulzura. Ella, con emoción contenida.
-Por fin- susurró ella dirigiéndole una intensa mirada,
-Te lo prometí- respondió él acariciando suavemente su mejilla.
Ella cerró los ojos de nuevo y disfrutó del escalofrío que le produjo el roce. Apoyó de nuevo la cabeza sobre él. Se le escapó una lágrima de pura felicidad que fue a mezclarse con el sudor de su pecho.
-Ojalá quedarnos así para siempre.
Pero ambos sabían que esa no era una posibilidad. Por más que intentasen olvidarlo, la realidad siempre acababa por llamar a la puerta y despertarles...

Y esa vez no fue una excepción. Se despertó sola. En su cama. En su casa. En su ciudad. Como siempre.