sábado, 17 de noviembre de 2012

Para ti. Para el de los ojos bicolores.

No sé por qué pero soy incapaz de alejarte de mi mente. Lo he intentado pero siempre acabas volviendo. Creo que no termino de aceptarlo aunque hayas acabado convenciéndome. Sí, ya sé que tenías razón, que era una tontería, un sueño estúpido de niña de dieciséis años con muchos pájaros en la cabeza. Pero que sepa que no puede ser no significa que no quiera que sea.
Nada me gustaría más que poder volver a mirarte a los ojos. Me acuerdo de ellos ¿a que no lo sabías? Pues sí, algo así no se olvida. Recuerdo cada detalle de los ojos más extraños y más bonitos que nunca hayan posado su mirada sobre mí.
Cada pequeño detalle hace venir a mi mente un momento contigo, aunque no nos diese tiempo a coleccionar muchos. Cada gominola me parece aquel osito compartido que hizo que me sangrara el labio; cada helado aquel que quería mancharme la nariz pero no podía porque llevaba puesta una de payaso; cada vez que llego tarde es como si hubieras vuelto a retenerme con un beso; las natillas me recuerdan al "no me juzgues"... Y dormir al día que te levantaste una hora antes sólo para venir a a abrazarme sin que te vieran.
Supongo que nunca leerás esto. Y si lo lees tampoco harás nada. Aunque ojalá lo hicieras porque ese sueño estúpido de niña de dieciséis años sigue tan vivo que quema por dentro.

martes, 16 de octubre de 2012

Otro duende diferente



Sólo el sonido de su respiración era suficiente para hacerle estremecer. Cuando era consciente de su cercanía se le erizaba el cabello de la nuca. Al imaginarse la curva de sus caderas, suave, lisa y tostada por el sol, su sangre alcanzaba el punto de ebullición. Crecía en su interior la imperiosa necesidad de recorrer sus dunas en busca de lunares. Rozar cada uno de aquellos puntos marrones con la yema del dedo índice, con los labios... o simplemente posar en ellos una mirada llena de deseo.
Primero caricias dulces por toda su silueta, después lucha de labios a cámara lenta. Los ojos cerrados, los grados subiendo, las manos inquietas y curiosas aumentando la velocidad de su exploración. Dos bocas que se separan, una de ellas comienza envidiosa de las manos su propio recorrido. Los dientes se cierran con suavidad en torno a la oreja para al instante abandonarla y repetir la misma acción en el cuello. La lengua se encarga de continuar el descenso dejando a su paso una humedad cálida, deteniéndose en las maravillosas elevaciones del terreno, tan perfectas. Atrás queda la dureza de las cimas cuando el viaje continúa sin pausa pero sin prisa hacia el minúsculo pozo que marca el kilómetro cero, y atrás queda también este punto cuando se dirige sin dejar de descender al oasis en el que por fin sacia su sed de ella.
Pero su calor no ha desaparecido y apenas un minuto después sus labios desandan todo el camino y vuelven a luchar contra sus contrarios, contra sus complementarios. Las manos vuelven a acariciar su piel para no olvidar el camino encontrado por la boca y pronto ambos se funden en uno solo. Esa respiración que antes le alteraba ahora le vuelve loco, cada vez más rápida, cada vez más entrecortada. Y por un segundo deja de escucharse. A cambio un estremecimiento, una espalda ligeramente arqueada, unos ojos cerrados con los párpados apretados al máximo. Al mismo tiempo comienza a llover y el calor es inmediatamente sustituido por otra sensación tantas veces buscada y tan pocas conseguida. Poco a poco las respiraciones se calman y los ojos se cierran.
Al abrirlos está junto a ella. Trata de no escuchar la música de sus pulmones porque de repente duele. Lo que hacía apenas unos segundos había parecido real en su imaginación se torna inalcanzable en la vida real.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ojos que se cierran

En el fondo lo sabía. Los sueños habían mostrado las noches anteriores varios escenarios parecidos. Pero en realidad todo fue mucho mas sencillo.
No fue como el primer sueño. Si bien la parte de la invisibilidad llevaba siendo real durante meses, cuando finalmente los ojos la contemplaron no habían cambiado de color. Se mostraban tan claros como siempre con la disparidad que la había cautivado desde el primer momento.
Tampoco fue como el segundo. No fue una conversación telefónica a gritos, aunque los kilómetros también estuvieran presentes. Los kilómetros SIEMPRE estaban presentes.
La realidad fue sencilla, dura, fría... esperada. Aquellos ojos que miraban desde la lejanía se cerraban por fin tras párpados hechos de miedos, dudas y distancia.
Y otros ojos, esta vez marrones y cálidos ojos de duende, se cubrían de pequeñas perlas saladas. Pero no los cubrían párpados. Ni lo harían. Al menos un milímetro quedaría siempre abierto esperando volver a ver aquellos otros iris antes de que hasta el más mínimo de sus matices desapareciera de su memoria.

martes, 7 de agosto de 2012

Vigilia de duende

El sonido de las campanas anunció que había pasado otra hora y el duende siguió tumbado sobre el colchón sin poder cerrar los ojos. La luz se colaba por las dos ventanas abiertas que había en el techo y junto con ella lo hacía también ese aire frío de la madrugada.
Sobre el suelo estaba el colchón y sobre el colchón estaba el duende. A su alrededor todos dormían. Se giró hacia la derecha.
Ahí estaban. Las manos que hacía unas horas le protegían del frío con caricias se habían dormido y yacían sobre una almohada robada del colchón de la izquierda.
Las campanas sonaron de nuevo. Nadie entendía por qué pero a cada hora se oían dos veces.
Sus ojos estaban abiertos y su confusión se hacía patente por momentos. Los sentimientos nunca estaban allí cuando las manos se posaban sobre sus caderas aunque quizás asomasen ligeramente cuando los dedos recorrían las cuerdas de la guitarra y la vibración del instrumento transformada en música llegaba poco a poco hasta sus nervios. No, tampoco eran sentimientos aquello que asomaba. Sólo sensaciones. Nada más. ¿Entonces? ¿Sacrificaba su tiempo por una mera sensación? Era algo más complicado que eso.
-Cuando llevas tiempo sin sentir nada, hasta la más mínima sensación es como una bendición- susurró una voz en la conciencia del duende.
Y era cierto.
Pero el duende sí que había sentido cosas, claro que sí. El problema es que todo dolía hasta límites insospechados. Dolía la lejanía de aquella mirada mientras la yema de un dedo recorría su silueta. Dolían las palabras susurradas al oído durante una puesta de sol casi tanto como los silencios que se repetían desde hacía meses.
Y harta de tantas cosas que dolían decidió que disfrutaría de toda sensación positiva que le llegase a través de quien dormía a su derecha hasta que volviese a su nube blanca y que trataría de desechar todas las malas le llegasen de donde le llegasen.
Suspiró. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Y después rodó hacia la derecha para despertarlo y dejó de pensar mientras las manos antes durmientes volvían a rodear y recorrer su piel morena de duende tostado por el sol abrasador del verano.

lunes, 6 de agosto de 2012

Nubes oscuras

Supongo que cuando está nublado y no ves necesitas agarrar la mano de alguien.
Con el cielo lleno de nubes grises y su mirada perdida en un hueco de mi memoria tan remoto que cuesta años encontrar, lo que encontré fue una mano que acariciaba las cuerdas de una guitarra.
Necesitaba recordar qué se sentía al mirar unos ojos desde tan cerca, el acelerón en las pulsaciones y el sonido de la respiración entrecortada. Y cuando lo hube recordado me di cuenta de que no era lo mismo sin esa mirada escondida en mi mente.
Pero quién sabe si esos ojos volverán a cruzarse con los míos.

martes, 26 de junio de 2012

Nube ardiente


Arde. Todo. Intento abrir la ventana pero no hay brisa, solo más aire caliente.
El suelo quema. Mis pies descalzos buscaban el frío del mármol y se encontraron con el calor de las baldosas a las que ha dado el sol mucho tiempo.
Me empiezo a agobiar. Intento sacar la cabeza por la ventana pero no hay diferencia. Incluso el cielo nocturno, con tonos morados por la contaminación lumínica se me antoja terriblemente cálido.
Apenas puedo respirar con normalidad, la horrible sensación crece a cada momento. Ya hace tiempo que me desprendí de las prendas que me cubrían. Pero es inútil. La temperatura sube, dentro y fuera de mi cuerpo y cada vez el calor es más sofocante y la necesidad de apagar el fuego mayor.
Agua. Pero no llega a tocar mi piel y ya se ha evaporado.
Arde. Todo. Y solo dejará de arder ardiendo aún más.

martes, 24 de abril de 2012

Yo no quería ser duende

No. Yo no quería ser duende. Yo quería ser hada. Tu hada.
Yo quería alas en la espalda que me hicieran volar, o en su defecto manos en la cintura que me hiciesen soñar. Pero soy incapaz de despegar los pies del suelo y la mente de la consciencia.
Yo quería cabellos largos y sueltos y dedos enredados en ellos buscando atrapar los rayos de luz que se cuelan por los agujeros de una persiana cerrada. Pero en la oscuridad ninguna mano acaricia mi pelo.
Yo quería pies descalzos jugando bajo las sábanas. Pero estoy de pie y los zapatos me hacen daño.
Yo quería un vestido de tela fina. No, yo no quería ningún vestido. Ni lo quiero. Yo quería que la piel fuese la única ropa necesaria.
Yo quería ser hada. Tu hada. Pero solo soy un duende que llora.

jueves, 29 de marzo de 2012

miércoles, 28 de marzo de 2012

Duendes voladores

No estoy segura, sólo es una intuición. Siento que un simple contacto me hace estremecer. Quizá si me coges de la mano mis pies se despeguen del suelo. ¿Te imaginas? Volar. Pero ¿para qué mirar el paisaje si puedo mirarte a los ojos?
O mejor aún, sentir tu mano acariciando mi mejilla y cerrar los ojos. Sentir tus labios posados sobre los míos y no querer separarlos nunca. Sentir tus manos rodeando mi cintura y contener la respiración.
Entonces no importaría nada alrededor. Sólo tu y yo, lo mismo sobre las nubes que enterrados.
Quizá no sea necesario volar para eso.

martes, 6 de marzo de 2012

Siempre


Siempre admiré esa capacidad de la naturaleza para crear cosas hermosas y combinar colores y formas. No podía verlo y no compartirlo.

viernes, 2 de marzo de 2012

Cuando el duende sueña

He vuelto a soñar contigo. Con tu mirada bicolor observándome, con tus labios amables rozando mi piel, con tu pelo enredado entre mis dedos, con tus mejillas ásperas por el asomo de barba y tus manos fuertes llenas de pasión. He vuelto a soñar con tus caricias y tus dulces palabras al oído: con que me llamas princesa y me susurras "te quiero nenita". Y con el sueño ha venido el deseo de sábanas revueltas y besos de los que cortan la respiración. Me ha hecho desear como nunca que me desnudes con los ojos para después hacerlo con las manos, que recorras cada rincón de mi cuerpo buscando sin éxito a la niña inocente que se esconde para dejar paso a la mujer segura de sí misma.
Pero todo se queda ahí, en un sueño y un ardiente deseo. Y, mientras, las sábanas permanecen frías.

domingo, 5 de febrero de 2012

Asomarse y ver...

Aquella vez me sentía extraño en mi nube y quise bajar al mundo. No quería que nadie me viera, pero qué más da, si nadie puede hacerlo. Sólo quería hacerme una pelota en un rincón y escuchar la historia de alguien. Pero no fue una historia lo que escuché esa fría noche de invierno: fue un llanto.
La almohada estaba húmeda, los rizos esparcidos sobre ella, las manos aferrándola con fuerza. Los ojos estaban cerrados pero las lágrimas brotaban igualmente.
Pude sentir sus pensamientos aturdidos e inconexos.
Sabía que no debía llorar, que aquello no era darse por vencida sino simplemente aceptar la realidad. Sabía que, al fin y al cabo, había sido verdad y no un sueño o una alucinación provocada por la soledad y el calor de aquel verano. Pero también sabía que no quería conformarse con una semana maravillosa bajo el sol, bajo el calor, bajo las sábanas. Lo que quería era seguir refugiándose en aquellos brazos y escuchando esas palabras cálidas.
Pero ¿qué podía hacer? Ya lo había intentado todo. Lo único que le consolaba era recordar que no había sido ella quien había tirado la toalla, quien había dejado a la distancia ganar la partida antes incluso de haber jugado todas las cartas.
Y mientras las lágrimas seguían bañando su rostro acaricié su mejilla haciéndola así caer en un sueño profundo y reparador.
Volví a mi nube y me acosté pensando en ella, deseando que el sueño la ayudase a quedarse con los buenos momentos, sin esperar más. Y deseando también que algún día él decidiese retomar aquella partida que había dejado a medias a pesar de tener escalera de color.

domingo, 29 de enero de 2012

Azul, verde, y algo de blanco


Viviría en una de ellas. No sé exactamente en cual porque todas me parecen igual de bellas. Quizá en una pequeñita, cerca del sol. Lo que sí que sé es que sería en una esponjosa, de esas que parecen almohadas, que se ve a distancia que son cómodas y dulces. Porque, puestos a elegir, el mejor lugar para evadirse sería un sitio tranquilo, blanco y blando. Y, al fin y al cabo ¿no es eso lo que hacemos siempre? ¿Acaso no te han dicho tantas veces como a mí que bajes de las nubes?