domingo, 5 de febrero de 2012

Asomarse y ver...

Aquella vez me sentía extraño en mi nube y quise bajar al mundo. No quería que nadie me viera, pero qué más da, si nadie puede hacerlo. Sólo quería hacerme una pelota en un rincón y escuchar la historia de alguien. Pero no fue una historia lo que escuché esa fría noche de invierno: fue un llanto.
La almohada estaba húmeda, los rizos esparcidos sobre ella, las manos aferrándola con fuerza. Los ojos estaban cerrados pero las lágrimas brotaban igualmente.
Pude sentir sus pensamientos aturdidos e inconexos.
Sabía que no debía llorar, que aquello no era darse por vencida sino simplemente aceptar la realidad. Sabía que, al fin y al cabo, había sido verdad y no un sueño o una alucinación provocada por la soledad y el calor de aquel verano. Pero también sabía que no quería conformarse con una semana maravillosa bajo el sol, bajo el calor, bajo las sábanas. Lo que quería era seguir refugiándose en aquellos brazos y escuchando esas palabras cálidas.
Pero ¿qué podía hacer? Ya lo había intentado todo. Lo único que le consolaba era recordar que no había sido ella quien había tirado la toalla, quien había dejado a la distancia ganar la partida antes incluso de haber jugado todas las cartas.
Y mientras las lágrimas seguían bañando su rostro acaricié su mejilla haciéndola así caer en un sueño profundo y reparador.
Volví a mi nube y me acosté pensando en ella, deseando que el sueño la ayudase a quedarse con los buenos momentos, sin esperar más. Y deseando también que algún día él decidiese retomar aquella partida que había dejado a medias a pesar de tener escalera de color.