jueves, 30 de agosto de 2012

Ojos que se cierran

En el fondo lo sabía. Los sueños habían mostrado las noches anteriores varios escenarios parecidos. Pero en realidad todo fue mucho mas sencillo.
No fue como el primer sueño. Si bien la parte de la invisibilidad llevaba siendo real durante meses, cuando finalmente los ojos la contemplaron no habían cambiado de color. Se mostraban tan claros como siempre con la disparidad que la había cautivado desde el primer momento.
Tampoco fue como el segundo. No fue una conversación telefónica a gritos, aunque los kilómetros también estuvieran presentes. Los kilómetros SIEMPRE estaban presentes.
La realidad fue sencilla, dura, fría... esperada. Aquellos ojos que miraban desde la lejanía se cerraban por fin tras párpados hechos de miedos, dudas y distancia.
Y otros ojos, esta vez marrones y cálidos ojos de duende, se cubrían de pequeñas perlas saladas. Pero no los cubrían párpados. Ni lo harían. Al menos un milímetro quedaría siempre abierto esperando volver a ver aquellos otros iris antes de que hasta el más mínimo de sus matices desapareciera de su memoria.

martes, 7 de agosto de 2012

Vigilia de duende

El sonido de las campanas anunció que había pasado otra hora y el duende siguió tumbado sobre el colchón sin poder cerrar los ojos. La luz se colaba por las dos ventanas abiertas que había en el techo y junto con ella lo hacía también ese aire frío de la madrugada.
Sobre el suelo estaba el colchón y sobre el colchón estaba el duende. A su alrededor todos dormían. Se giró hacia la derecha.
Ahí estaban. Las manos que hacía unas horas le protegían del frío con caricias se habían dormido y yacían sobre una almohada robada del colchón de la izquierda.
Las campanas sonaron de nuevo. Nadie entendía por qué pero a cada hora se oían dos veces.
Sus ojos estaban abiertos y su confusión se hacía patente por momentos. Los sentimientos nunca estaban allí cuando las manos se posaban sobre sus caderas aunque quizás asomasen ligeramente cuando los dedos recorrían las cuerdas de la guitarra y la vibración del instrumento transformada en música llegaba poco a poco hasta sus nervios. No, tampoco eran sentimientos aquello que asomaba. Sólo sensaciones. Nada más. ¿Entonces? ¿Sacrificaba su tiempo por una mera sensación? Era algo más complicado que eso.
-Cuando llevas tiempo sin sentir nada, hasta la más mínima sensación es como una bendición- susurró una voz en la conciencia del duende.
Y era cierto.
Pero el duende sí que había sentido cosas, claro que sí. El problema es que todo dolía hasta límites insospechados. Dolía la lejanía de aquella mirada mientras la yema de un dedo recorría su silueta. Dolían las palabras susurradas al oído durante una puesta de sol casi tanto como los silencios que se repetían desde hacía meses.
Y harta de tantas cosas que dolían decidió que disfrutaría de toda sensación positiva que le llegase a través de quien dormía a su derecha hasta que volviese a su nube blanca y que trataría de desechar todas las malas le llegasen de donde le llegasen.
Suspiró. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Y después rodó hacia la derecha para despertarlo y dejó de pensar mientras las manos antes durmientes volvían a rodear y recorrer su piel morena de duende tostado por el sol abrasador del verano.

lunes, 6 de agosto de 2012

Nubes oscuras

Supongo que cuando está nublado y no ves necesitas agarrar la mano de alguien.
Con el cielo lleno de nubes grises y su mirada perdida en un hueco de mi memoria tan remoto que cuesta años encontrar, lo que encontré fue una mano que acariciaba las cuerdas de una guitarra.
Necesitaba recordar qué se sentía al mirar unos ojos desde tan cerca, el acelerón en las pulsaciones y el sonido de la respiración entrecortada. Y cuando lo hube recordado me di cuenta de que no era lo mismo sin esa mirada escondida en mi mente.
Pero quién sabe si esos ojos volverán a cruzarse con los míos.