miércoles, 26 de febrero de 2014

Él

Azul. El cielo entero contenido en dos pozos de agua cristalina en los que se refleja el mundo, en los que se refleja mi imagen cuando él me mira. Y da igual cómo me vea yo. Poco importa si en los recovecos de mi mente soy la persona más horrible del mundo, asesina disfrazada de víctima, veneno fingiéndose el más preciado de los elixires. Igual da que piense en mí misma como un reflejo roto de lo que nunca seré. Nada de eso es relevante pues la imagen que me devuelven sus maravillosos ojos azules es pura luz. ¿Qué hay mejor que saberse luz ajena? Cada instante con él es sol brillando con indescriptible fuerza en el cielo. Cada momento que el cielo está en el sol es fuego puro, ardiente a la vez que suave, un tornado lento de dulces besos y caricias.
Y así me encuentro, yo que maldecía los kilómetros con dolor, lágrimas y esperanzas vanas, reduciendo la distancia a milímetros y aún así echando de menos sus labios cuando apenas han dejado de rozar los míos, perdiéndome en pozos de cristalinas aguas azules: en sus ojos.