miércoles, 17 de mayo de 2017

Érase una vez una chica

Érase una vez una chica que tenía muy claro lo que quería hacer. Llevaba años soñando con ello y dedicando su tiempo libre a mejorar cada vez más. Si podía estar en cuatro cursos diferentes a la vez, mejor que en tres. Siempre con ganas de aprender, de mejorar, de sentirse reconocida por lo que hacía. Y siempre con la meta de estudiar aquello que la apasionaba y poder dedicarse a ello profesionalmente.
Pero esta chica tenía un problema: un enorme complejo de inferioridad. No importaba lo mucho que progresase porque siempre había alguien que la hacía sentir mala en comparación. Y cuando estaba a punto de llegar a su objetivo, cuando apenas faltaban unos meses para intentar entrar en esas escuela con la que tanto había soñado... se acobardó. Pensó que no era lo suficientemente buena, que ni siquiera valía la pena intentarlo. Pensó que era un mundo demasiado duro y que no lo soportaría. Y tiró la toalla.
Buscó a qué agarrarse y finalmente encontró algo que se le daba bien y que estaba relacionado. Pero no la llenaba y cada curso que avanzaba estaba más desmotivada. No sabía qué hacer después. Ninguna opción era lo suficientemente buena. Se aferraba a sueños ajenos, como si los suyos no fueran importantes, como si pudiera ser feliz simplemente logrando que lo fuera otra persona.
Y un día decidió que no podía seguir así. Que estaba perdida, que necesitaba encontrarse a sí misma. Decidió descubrir quién era y qué quería ella. Y empezó a cambiar todo aquello de su vida que la estaba lastrando. Soltó todos los pesos que ella misma había decidido sujetar pero con los que ya no estaba dispuesta a cargar.
Y, finalmente, tras un proceso de cambio, de redescubrimiento de sí misma y de reencuentro con aquello que siempre había amado, decidió volver a su camino original.
Esta historia aún no ha acabado. De hecho acaba de empezar. Y la chica nunca se había sentido tan en paz consigo misma.

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